Obra de Ana Teresa Barboza Blog de Ana Teresa Barboza |
Hoy saco de mi mochila ajada viejos recuerdos, entre ellos una foto de nuestro primer aniversario. De cómo puede cambiar la existencia de un ser humano en cuestión de segundos... Y de lo poco que podemos hacer por evitarlo. De ello me gustaría hablar a través de un sencillo cuento, pues así me resulta más fácil hilar lo que nos sucedió, la implacable razón por la que nos separamos. Ya han pasado tantos años, que a veces me pregunto si no lo habré soñado.
Érase una vez, un hombre y una mujer perdidos en una selva muy poco civilizada. Tras una larga jornada buscando el camino de vuelta a casa llegan a un estanque donde paran a descansar. Al rato ella oye algo que llama su atención...
Un sonido de hojas agitadas le precede. Primero asoma la cabeza entre la vegetación. Después el resto de un físico majestuoso. Con paso firme avanza hacia ella. Lento, muy lento... No tiene prisa. (No sabe qué es eso.) Los músculos tensos, los ojos flamígeros... Se detiene a pocos centímetros. Puede ver de cerca la piel suave de la que le nacen los bigotes. Las oscuras fosas nasales que se abren y aspiran su olor de extranjera. Ella también puede olerle. Siente una irracional atracción hacia su naturaleza salvaje. Escucha las respiraciones. Agitada la de ella. Pausada la de él. Le mira hipnotizada por esa mezcla irresistible de fuerza y belleza... Para cuando despierta de su inconsciencia se da cuenta de que no puede moverse. Que quiere correr o gritar, pero es imposible. No puede hacer nada. Sólo es una piedra que tiembla. Una piedra que mira. Entonces hace algo que pareciera no tiene demasiado sentido. Con la lengua de su mente le ruega: -Por favor, no. No, no... No me mates.- Lo repite una y otra vez cual oración fervorosa al dios de las fieras. (Todo pasa muy rápido.) De repente, el león gira la cabeza, mira al otro lado del estanque y se lanza en una carrera fulminante a por otra víctima. Mientras tanto, ajeno a cuanto sucede, su compañero llena la cantimplora. Justo entonces ella recupera su voz vigorosa: -¡Cuidado, va a por ti! ¡Tírate al agua!- le grita, le aúlla.
Tarde... Reaccionó demasiado tarde. Se tiró en el momento en que aquellas garras ya le daban caza en el aire. Ella alcanzó a ver dos cuerpos tan distintos como hermosos suspendidos un instante... Y una zambullida que fue como una explosión. Después el agua se cubrió de espuma y sangre.
No recuerdo más de aquel día, sólo que sobreviví milagrosamente. A mi novio nunca volví a verle.
Ahora mi hogar es la selva. Pero esa... Esa es otra historia.
"Sembremos cuentos entre todos, sembremos cultura."
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